jueves, 10 de julio de 2008

UN SIMPLE DESAMOR

Texto premiado en 2005 en el I Concurso de cuento breve del Grup Jove del Casal Lambda de Barcelona.

Las primeras lluvias de abril cayeron con toda su furia durante noche. Los desagües del tejado del museo se atascaron y un torrente de agua, hojas secas y excrementos de paloma empezó a derramarse por las paredes del edificio vacío y silencioso. Cuando el equipo de mantenimiento subió al tejado por la mañana, descubrió que lo que obstruía la arqueta en la terraza, era el cadáver desnudo de un muchacho. Tenía el cuerpo completamente destrozado por la caída desde alguna de las cúpulas superiores del edificio. Muy cerca de él había una bolsa con su ropa. Entre ellas se encontró un pasaporte, un peine y un bolígrafo además de esta carta, escrita en francés.

Barcelona, 12 abril 1996.

Estoy sentado en la obscuridad sobre la gárgola de un grifo, esperando el amanecer del día. Mi vida sin ti en estas semanas ha sido eso: obscuridad y espera. Por fin siento la serenidad que proporciona tomar decisiones y doy gracias por ello.

Intento buscar palabras para despedirme y no se me ocurre ninguna buena. Seguro que aparecerán a destiempo, como siempre. He gastado lo poco que tenía en el billete de tren. Por suerte mi carné de la Universidad sirvió aquí y he podido entrar gratis al museo.
¿Recuerdas nuestro viaje a Barcelona? Me parece que fue hace años, como todo lo que ha ocurrido entre nosotros, y sólo han pasado tres meses. Te gustaba tanto este edificio..., tanto que rometimos volver a él un día; ya ves que yo he cumplido mi palabra.

Desde esta altura puedo ver los jardines por donde paseábamos. Y te veo también a ti, con tu andar descuidado y salvaje, igual que un gato cachorro perdido entre la multitud.
¡Cómo te miraba la gente! Eso me hacía sufrir tanto. "¡Qué estupidez!" – decías tu- "Déjalos que miren, no hay que negar una bonita vista a nadie". Pero yo no podía evitarlo y tú te reías.
La complicidad del momento era lo mejor. Buscar un lugar en la sombra, un descuido en las miradas para darte un beso fugaz, furtivo. Besos de coca cola, de café con leche, de tabaco. Luego, arropados de la intimidad anhelada, los besos se volvían más profundos y calientes, casi comidos, intentando atrapar con la lengua toda la pasión que sentíamos en ellos. Nuestras salivas se confundían cuando cerraba tu boca en mi boca para lamerte los labios, como un animal. Lentamente, arrastrando mi cara en la tuya, abrasada con el roce de mi barba.
Y entonces tú mordías mi cuello y yo quedaba extasiado. Tu lengua se perdía en mi oído. Así durante mucho tiempo. Hasta que de repente te detenías para abrir los ojos, cautivos, expectantes como los de un niño asustado y encontrabas mi mirada quieta, borrándose al instante el temor de tus pupilas.
Me extendías los brazos, en la crucifixión medida de tu fuerza y te incorporabas para contemplarme así, desde lo alto, rendido y dispuesto a tu deseo más voraz. Entonces enredábamos las manos, y apretabas tu sexo al mío con una sonrisa maliciosa. Recorriendo mis brazos y mis hombros con una sola caricia y mojarme el pecho con tu boca, con mi boca.


Ya todo pasó.


Lo he pensado mucho, ¿sabes? Me duele adentro saber que con mi decisión, con este viaje, te pueda hacer daño. Ante el dolor se es cobarde o se es valiente, pero ambas cosas llevan siempre a un sacrificio. Tú has dejado de amarme: has sido valiente. "Sólo fue eso"- me dijiste - ",un simple desamor".

Entendí que ya no habría más besos con sabor a coca cola, ni abrazos en la noche quieta ni temor en los ojos de un niño. Ante tal desesperanza, para mí, sólo me queda el ser cobarde.
Pronto saldrá el sol. Miraré la desnudez de mi cuerpo, por última vez, y lo arrojaré al alba abrazando al nuevo día, mientras tu, allá en lo lejos, paseas como un gato cachorro, perdido entre la multitud.

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